Walt Whitman contemplaba las vistas democráticas de la cultura, viendo más allá de la belleza o la fealdad, la importancia o la trivialidad, ya que cada objeto, condición, combinación o proceso exhibe una belleza única, realmente no hay tema que no pueda ser embellecido, la fotografía siempre da ese valor a sus temas. Sí todo lo que hace o piensa una persona es relevante, para Whitman tampoco puede existir diferenciación entre lo importante y lo trivial, le parecía servil o relamido establecer esas distinciones de valor.
Whitman propagó la gran revolución cultural estadounidense en el prefacio de la primera edición de su libro Leaves of Grass (1855), la cual nunca se produjo. Los juicios whitmanianos en un principio fueron tomados como una afirmación, luego pasaron a ser una erosión, para terminar en una parodia, porque a pesar del gran poeta que fue Walt Whitman, un solo poeta no puede cambiar en solitario el clima moral, no es tarea fácil. Como todo visionario de la revolución cultural, creyó vislumbrar que el arte ya era usurpado, desmitificado, por la realidad «Los Estados Unidos mismos son en esencia el poema más grandioso.» Pero cuando no hubo tal revolución cultural el poema más grande pareció menos grandioso, solo otros artistas tomaron en serio el programa de trascendencia populista, de transvaloración democrática de la belleza y la fealdad, la importancia y la trivialidad.
En las primeras décadas de la fotografía, se esperaba que las fotografías fueran imágenes idealizadas. Ésta es aún la meta de casi todos los fotógrafos aficionados, para quienes una fotografía bella es la de algo bello.
Desde los años veinte, la fotografía se ha apartado sin cesar de los temas líricos para explorar concienzudamente un material llano, cursi, y aun insulso. En las décadas recientes, la fotografía ha logrado más o menos revisar, para todos, las definiciones de belleza y fealdad, siguiendo las directrices de la propuesta de Whitman.
Fotografiar es conferir importancia, es una suerte de énfasis, una copulación heroica con el mundo material, lo importante o lo trivial, cada cosa o persona, se transforman en una fotografía y se vuelven equivalentes.
La fotografía entiende la vida como un melodrama, y el fotógrafo persigue la rareza, la encuadra, la procesa y la titula, para mostrar la existencia de otro mundo, siendo la cámara un arma de agresión y el fotógrafo una víctima de su propia franqueza, como un súper turista, un antropólogo, un colonizador de experiencias.
Los fotógrafos de EUA desafiaban a la civilización materialista, creían que existía un Estados Unidos espiritual en algún lugar, mientras otros afirmaban que era la tumba de Occidente. Una cultura de mitos de redención y condena, aspectos estimulantes de la cultura de ese país.
Fotógrafos que desafiaron los horrores, el tedio y la monstruosidad como Lewis Hine, en sus fotografías de inmigrantes, del Empire State o del Instituto Mental de Nueva Jersey. Walker Evans, con sus fotografías de juicios whitmanianos, la Gran Depresión de EUA. Diane Arbus con sus fotografías de monstruos, gente deforme, su vínculo con los modelos, su relación y franqueza. Brassaí con LaMóme Bijou.
Estados Unidos, el país surrealista por excelencia, evidentemente ahora es demasiado fácil afirmar que es una tierra baldía, un desfile de monstruosidades.
Lo que nos ha quedado del desacreditado sueño de revolución cultural son fantasmas en papel, la fotografía ha dejado de tener que ser culta, calificada o trascendente.
Referencia
Sobre fotografía – Susan Sontag, Mayo 1977